Si necesitamos líderes es porque las instituciones no
funcionan y yo creo que en el fondo muestran una carencia democrática. Es una
gran duda, no podemos saber que es un líder, por la misma razón que no llegamos
a alcanzar un acuerdo sobre ¿qué es la democracia? o cuales son las mejores
medidas para solucionar determinado problemas.
Todos los días hablamos del
liderazgo, elogiándolo cuando lo encontramos o lamentando su ausencia cuando lo
echamos de menos. Nos quejamos de que no hay líderes y añoramos tiempos en los
que supuestamente sí que los había. En el sentir general, véase la crisis del
euro, muchos dirigentes tienden a ser caracterizados como miopes sin escrúpulos
dominados por la búsqueda del rédito político a corto plazo. Los políticos no
es que ayuden mucho, pues se llenan la boca hablando todo el día del interés
general, como si fuera tan fácil identificarlo. Lo que es peor, al insistir
tanto en sus nobles y altruistas motivos terminan por convencernos de que defender
los intereses de aquellos que les han votado es algo sucio e innoble que debe
ser ocultado.
La realidad es que sabemos muy poco
sobre liderazgo, demasiado poco teniendo en cuenta su importancia. Una gran
parte de nuestra ignorancia se debe a que nos adentramos en terrenos
psicológicos, o incluso psicopatológicos. Desde luego que los lideres no están
hechos de la misma madera que nosotros: cuenta Churchill en sus memorias que no
dejo de dormir a pierna suelta ni una sola noche de toda la II Guerra Mundial.
En la imaginación colectiva, Churchill representa la quintaesencia del líder,
pero cuesta imaginar cómo podría nadie conciliar el sueño en la víspera del Día
D sabiendo que miles de jóvenes embarcados rumbo a Normandía morirían al día
siguiente. ¿es esa capacidad de disociación moral una virtud o un trastorno de
la personalidad?. Es difícil de saber. Lo cierto es que desde las observaciones
clásicas de Max Weber sobre el liderazgo carismático y de Harold Lasswell sobre
la relación entre la inseguridad personal y la agresividad militar de los
dictadores no es que hayamos avanzado mucho. Por tanto, aunque parece que la
psicología tiene una parte de la explicación, los psicólogos no parecen haber
dado con ella.
Algo parecido ocurre con los
politólogos, pues sabemos sobre el tema mucho menos de lo que deberíamos. La
dificultad estriba en que la figura del liderazgo no tiene fácil encaje en la
teoría democrática. Frente a la justificación divina, mágica o carismática de
las sociedades premodernas, nuestras democracias se asientan en una
justificación legal-racional. Y esta justificación exige que un líder
democrático sea alguien que se limite a llevar a cabo las preferencias de
aquellos que le han elegido de acuerdo con un programa previamente pactado
entre ambas partes. Por tanto, si la democracia es el gobierno de la mayoría,
el trabajo de un líder es mucho menos épico de lo que parece: debe gobernar con
transparencia de acuerdo con los deseos de la mayoría y rendir cuentas ante los
ciudadanos.
En la práctica, sin embargo, las
cosas no son tan sencillas. Helmut Kohl llevo a los alemanes al euro en contra
de su voluntad y Tony Blair a los británicos a la guerra de Irak por encima de
las más razonables dudas que existían sobre la existencia de armas de
destrucción masiva. Ambos forzaron y retorcieron los datos para que encajaran
con lo que creían que era un bien superior y un objetivo legítimo. Los dos,
como decenas de otros líderes, fueron en contra de los deseos de la mayoría, y
encima les alabamos por ello. Por el contrario, a Angela Merkel la criticamos
por su falta de liderazgo y su miopía cuando en realidad sus dudas sobre mandar
a Grecia al cuerno y su frustración con el euro, justificadas o no, son
mayoritarias en la sociedad alemana.
Por tanto, ¿qué es un líder? ¿Alguien
que lleva a la gente a dónde quiere ir? ¿O alguien que convence a la gente de
que vaya a donde no quiere ir? O retorciendo el argumento un poco más: ¿Alguien
que lleva a la gente a donde en el fondo quiere ir pero no se atreve a ir? E
incluso, jugando ya con los límites, quien lleva a la gente a donde no sabe que
quiere o debe ir. Menos en el primero de los supuestos enumerados
anteriormente, en todos los demás damos por hecho que los líderes lo son porque
fuerzan la voluntad de la gente, les llevan más allá de los límites o les ponen
en la tesitura de aceptar decisiones contrarias a sus principios, intereses,
valores o creencias.
Paradójicamente, aceptar la necesidad
de liderazgo supone reconocer que nuestras instituciones no funcionan tan bien
como debieran, que nuestras sociedades civiles son débiles y que nuestras
democracias son más imperfectas de lo que creemos. ¿Y si los necesitáramos para
suplir nuestras deficiencias?
"Es hora de que disfrutes de una
taza de café y que tengas un buen día…"
No hay comentarios:
Publicar un comentario